16.1.06

Llenos de quiero decir











XXV.

Extensión de domingo, llanura;
salvo unos árboles que se ven en la distancia
y un día los imagino de otra manera.
Los veo llenos de quiero decir,
cada uno tiene melodías, sones, ruidos.
Me siento, me acuesto boca arriba a mirarlos, desde dentro.
De chico ya lo hacía. Ombúes. Frescos. De grandes raíces.
Pasaba las siestas mirando nubes a través del ombú.

Granizo, lluvia.

Huellas sobre una hoja húmeda.
Un paso, o dos. La hoja tiene gotas
enormes y diamantes.
Alguien le ha pisado una de sus puntas.
La muevo.
Se forman caminitos luminosos con el agua.
Hay una parte de la hoja que está destruida.
El color de la hoja ha manchado
el piso de cemento.
Parte de la hoja ha quedado integrada
al cemento.
La lluvia ha borrado la huella, el sello
de quien la haya pisado.
Levanto la hoja, la miro de cerca.
El agua se cae, queda la hoja brillante,
con pequeñas gotitas, minúsculas,
como si fueran ojos ciegos.

*
(roberto aguirre molina, pertenece al libro El Pan y La Piedra, todavía inédito)

1 comentario:

Anónimo dijo...

No creo que nadie que lo lea quede sin sentirse identificado, ya que nuestra infancia está ligada a un mundo de sensaciones que aunque ella haya pasado, las otras quedan acompañándonos en el alma por el resto de nuestras vidas, y reviven a cada instante con aromas,visualizaciones,sonidos, palpaciones. Es misterioso no? Es una manera de que esa vivencia nunca se pierda.